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Cuando el sociólogo Zygmunt Bauman (1925-2017) creó su teoría de la sociedad y el amor líquido y utilizó la metáfora del agua para describir relaciones poco sólidas, superficiales, fugaces y etéreas, no se imaginaba que ese agua pronto se evaporaría y pasaría de líquida a gaseosa. También es verdad que en etapas poco creativas, la sociedad rebusca en el pasado y resucita ideas de siempre, a las que se bautiza con nombres nuevos (a ser posible en inglés) para dar sensación de originalidad.En un viaje a la India, mi pareja y yo hicimos amistad con un chico de Nueva Delhi, de unos 25 años. Todavía me escribe por WhatsApp, y, a veces, me pide consejo respecto a su vida sentimental. En su último mensaje me decía: “He conocido a una chica que quiere tener conmigo una situationship. ¿Qué c… es eso?”. Pues eso es el nuevo vínculo, la nueva forma de estar con otro/a más etérea e inconsistente que existe, donde no hay expectativas, ni planes de futuro, ni etiquetas. Si los follamigos son amigos que tienen sexo, por lo pronto, ya hay relaciones sexuales y amistad; si los amantes son personas que solo se relacionan para acostarse, al menos hay pasión y lujuria; si el living apart together son parejas que comparten todo menos la vivienda (aunque con la crisis inmobiliaria hay también la modalidad living together apart); la situationship es la interacción más precaria e inconsistente. Una relación que, según un reciente estudio, es la que más insatisfacción produce.Más informaciónLa revista Psychology Today entrevistaba el pasado marzo a Mickey Langlais sobre esta investigación que él y otros colegas llevaron a cabo, y que se publicó ese mes en Sexuality & Culture bajo el título Defining and Describing Situationships: An Exploratory Investigation (Definiendo y Describiendo las Situationships: Una Investigación Exploratoria). Langlais es psicólogo y profesor de Infancia y Estudios de Familia en la Baylor University (Texas, EE UU), y las relaciones de pareja son parte de sus objetos de estudio. La conclusión a la que llegó esta investigación es que el nivel de satisfacción en las situationships es significativamente menor que en cualquier otro tipo de relaciones amorosas o de pareja.“Diría que el equivalente de este término en castellano sería lo que popularmente se llamaba ‘tener un rollete’ (ni siquiera un rollo)”, señala Raúl González Castellanos, sexólogo, psicopedagogo y terapeuta de pareja del gabinete de apoyo terapéutico A la Par, en Madrid. “Es decir, una interacción con carácter lúdico en la que no hay compromiso ni sufrimiento y que debe ser bastante efímera en el tiempo. Lo que está fenomenal. El problema es cuando esa relación se prolonga y hay uno/a que pide más o que no está satisfecho con la situación. Querámoslo o no, tenemos sentimientos y no siempre son fáciles de controlar. Durante el orgasmo y la relación sexual placentera el cuerpo genera oxitocina y dopamina. La oxitocina es la hormona del amor, de los lazos sociales; mientras que la dopamina genera enganche, adición”.No es una relación pero tiene sus reglasEs curioso como una interacción que se centra más en el estar que en el ser —como dice González Castellanos, “estamos cuando quedamos y cuando no quedamos no estamos”— empiece a ser considerada como un tipo de relación. Una rápida búsqueda en Google, escribiendo el vocablo situationship, remite a una serie de artículos que hablan de las ventajas e inconvenientes de esta manera de estar entre dos personas que, curiosamente, también empieza a tener sus reglas. A saber: no hacer planes a largo plazo, no presentar a los amigos y familiares al otro/a y no hablar de los sentimientos.“Se enfatiza mucho en la libertad, en la ausencia de ataduras de este tipo de encuentros. Sin embargo, me temo que la sociedad todavía no está preparada para este tipo de libertad”, apunta Gloria Arancibia Clavel, psicóloga y sexóloga con consulta en Madrid. “Especialmente las mujeres que, por cuestiones históricas, no hemos tenido la educación de vivir los encuentros sin graves consecuencias, y que todavía estamos atravesadas por el mito del amor romántico. Las relaciones esporádicas, casuales, son fantásticas pero debemos saber manejarlas porque sino nos harán daño o lastimarán al otro. Pero, además, hay muchas personas que se embarcan en este tipo de situaciones buscando el amor y pensando que evolucionarán hacia algo más sólido. Cuando no es así se produce la frustración”, señala.“La libertad tiene poco que ver con estar controlando una interacción para que no avance ni retroceda y se mantenga en un estado poco natural, de estatismo”, señala por su parte Cristina Pineda, psicóloga y sexóloga del centro de psicología Cepsim, en Madrid. Y añade: “No digo que no pueda darse ese caso pero, generalmente, en este tipo de vínculos hay uno que lo va a pasar mal, que no será capaz de manejar sus sentimientos de la manera adecuada y esto repercutirá en sus futuras relaciones, en las que pondrá el freno o, simplemente, las evitará. Este miedo a implicarse, a sufrir, hará que mucha gente no conozca nunca el amor profundo”.En este tipo de vínculos suele haber uno que lo pasa mal, que no será capaz de manejar sus sentimientos. zoranm (Getty Images)¿Miedo al compromiso o incapacidad para construir algo más sólido?Las relaciones humanas han servido siempre como refugio, como hoguera en las noches de invierno frente al temporal de una sociedad fría e impersonal. Sin embargo, últimamente, pareciera que, abandonando sus deberes, quisieran enfatizar la soledad y el desarraigo que invade al hombre. “Nos estamos volviendo poco exigentes”, apunta Raúl González, “tenemos trabajos precarios y poco remunerados, a los jóvenes les resulta imposible acceder a una vivienda. Tal vez, si no tienes dónde irte a la cama con alguien (ni siquiera el coche, que tanto hizo por la vida sexual de las generaciones anteriores), pues tus relaciones serán también precarias y frágiles”.Es comprensible que cuando se es joven y uno ingresa en la vida erótica, se pase un tiempo probando. “Sin embargo, a partir de los 30-35 años, hay ya un impulso por buscar algo más”, cuenta Arancibia. “Hay mucha gente que viene a mi consulta a partir de esa franja de edad o mayores, con la preocupación de que no encontrarán a nadie con quien compartir sus vidas. Cansados de relaciones efímeras y frustrantes, casi siempre abocadas al fracaso, anhelan ‘ser importante para alguien’. Ese es su concepto de pareja”.Querer un compromiso y, al mismo tiempo, tener miedo a comprometerse; anhelar la libertad e intentar compaginarla con ese refugio que toda relación estable proporciona. Esta suma de contrarios distópica la expresó muy bien en su día la escritora Krysti Wilkinson en un artículo, publicado en el Huffington Post en 2016, titulado Somos la generación que no quiere relaciones. Decía así: “Queremos la fachada de una relación, pero no queremos el esfuerzo que implica tenerla. Queremos cogernos de las manos, pero no mantener contacto visual; queremos coquetear, pero no tener conversaciones serias; queremos promesas, pero no compromiso real; queremos celebrar aniversarios, pero sin los 365 días de esfuerzo que implican. Queremos un felices para siempre, pero no queremos esforzarnos aquí y ahora. Queremos tener relaciones profundas, pero sin ir muy en serio”, escribía Wilkinson. Y continuaba: “Queremos todo aquello que nos haga vivir la ilusión de que tenemos una relación, pero sin tener una relación de verdad. Queremos todas las recompensas sin asumir ningún riesgo, queremos todos los beneficios sin ningún coste. Queremos sentir que conectamos con alguien lo suficiente, pero no demasiado. Queremos comprometernos un poco, pero no al cien por cien. (…). Queremos descargarnos a la persona perfecta para nosotros, como si fuera una aplicación nueva que puede actualizarse cada vez que hay un fallo, guardarse fácilmente en una carpeta y borrarse cuando ya no se utiliza”.Pero esta incapacidad para ir al fondo y, por lo tanto, quedarse en la superficie no siempre obedece a un miedo al compromiso, sino que, según Pineda, puede también tener su base en una incapacidad a la hora de crear lazos más fuertes. “Ahora cuesta mucho pasar de la etapa de ‘salir con alguien’ a ‘ser pareja de’ y no siempre obedece a falta de ganas, sino que hay una enorme falta de recursos psicológicos. ¿Cómo se construye una pareja? ¿Debo sacrificar mi libertad en aras de la relación? ¿Puedo mantener mi vida individual o paso a formar parte de un binomio? Todo esto se ve en consulta y no siempre se sabe responder a las preguntas de lo que queremos que sea la vida en pareja. El amor da miedo porque el amor es un acto de vulnerabilidad, no a favor del otro sino de la relación, y tenemos poca tolerancia al sufrimiento. Queremos evitarlo a toda costa, pero evitando el dolor evitamos también el placer, dejamos fuera de la relación planos importantes que nos ayudan a crecer, renunciamos a esa fuerte y poderosa fuente de energía que es la relación de pareja”, subraya la psicóloga. Esta era de pesimismo relacional es patente, por ejemplo, en quienes no quieren formalizar una relación porque “entonces, todo se va a estropear”.Las relaciones efímeras y lujuriosas deberían brindarnos alegría, experiencias, buenos ratos, conexiones, agendas repletas de contactos y un montón de anécdotas que contar cuando seamos mayores. Lo que se ve, sin embargo, en las consultas de los sexólogos y psicólogos son personas tristes, frustradas, solas, con sensación de vacío y con experiencias que solo se atreven a revelar a sus terapeutas.Rita Abundancia es periodista, sexóloga y autora de la web RitaReport.net.

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