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Todos los días nos enfrentamos a nuevos desafíos. Puede tratarse de un proyecto laboral, un deporte o hablar otros idiomas. Y, al contemplar a quien ya lo ha logrado en busca de alguna explicación que nos tranquilice, podemos caer en el error de pensar que la otra persona cuenta con un talento o un cociente intelectual del que nosotros carecemos. Sin embargo, lo que suele suceder es que las personas con éxitos significativos no son grandes prodigios de la naturaleza, sino grandes prodigios del aprendizaje, como explica el psicólogo estadounidense Adam Grant en su último libro, Potencial oculto. La propuesta de este profesor de Wharton (Universidad de Pensilvania) es dejar de contemplar cuál es nuestro talento, capacidades o, incluso, cociente intelectual y poner más énfasis en el potencial que reside en cada uno, del cual no siempre somos conscientes. Grant lo resume así: “El potencial no tiene nada que ver con cómo empezamos, sino con lo lejos que estamos dispuestos a llegar”.Sustituir la mirada del talento por el potencial significa un cambio profundo en nosotros mismos. En vez de despertar nuestra ambición, necesitamos aumentar nuestra aspiración. Mientras que la primera se refiere a la consecución de metas, la aspiración se centra en convertirnos en lo que queremos ser. Por ejemplo, sustituyo mi objetivo de ganar un proyecto por el de convertirme en un mejor profesional. Cuando nos centramos en el potencial interno, la comparativa con los otros carece de sentido. El listón es interior; uno compite contra sí mismo y busca mejorar en vez de solo ganar. Además, medir nuestro progreso con respecto a los demás puede ser engañoso. Si queremos perfeccionar nuestras habilidades en un deporte, puede que hayamos ganado no porque seamos excelentes, sino porque los demás fueron unos pésimos contrincantes.Centrarnos en el potencial interno tira por tierra también posibles autojustificaciones que no nos llevan a ningún lado, por ejemplo: “Como yo no he ido a esta universidad, es imposible que acceda a este trabajo”. O: “Como no provengo de una familia de emprendedores, lo tengo más difícil para montar una empresa”. El objetivo no es conocer de dónde partimos o cuáles han sido nuestras circunstancias, sino concentrarnos en el recorrido interno que hemos transitado para llegar a donde estamos y dejarnos sorprender por el potencial que podemos seguir descubriendo. Para emprender dicha aventura, no obstante, necesitamos dos ingredientes más: entrenar el carácter y mantener la motivación.Cuando se conoce a un políglota, la habitual explicación es pensar que su habilidad se debe a la inmersión en otros idiomas de pequeño o que sus padres provenían de diferentes países. Sin embargo, la mayor parte de los políglotas son extraordinarios aprendices, como es el caso de Anxo Pérez, escritor y empresario. Habla nueve idiomas a la perfección, además de tocar casi una decena de instrumentos musicales. Comenzó a conversar en una segunda lengua en la adolescencia y aprendió chino con 33 años en un tiempo récord tras un análisis meticuloso del idioma. “Cuando me encontraba con un estadounidense que hablaba castellano, me solía pedir hablar en inglés porque le resultaba más sencillo. Yo le respondía que prefería hablar en su idioma porque precisamente para mí era más complicado”, comentó en nuestra conversación.Lo que movió a Anxo Pérez y a todas aquellas personas que logran superarse es el carácter, es decir, la búsqueda constante de la incomodidad y la capacidad de reducir la vergüenza por los errores que se puedan cometer. No hace falta estar preparado al 100% para hablar un nuevo idioma, sino lanzarnos con las primeras palabras que conozcamos. Ni tampoco ser un virtuoso de la cocina para cocinar nuevos platos, ni un bailarín extraordinario para intentar nuevos pasos. No somos conscientes del potencial interno hasta que nos enfrentamos a los desafíos, por lo que necesitamos aprovechar cada oportunidad que se nos ofrece para ponerlo a prueba.La motivación es otro ingrediente fundamental para nuestro desarrollo. Es difícil pretender aprender si estamos inmersos en la rutina o el hastío. Necesitamos diseñar técnicas que nos sorprendan y la creatividad ha de ser una de nuestras mejores armas. Un ejemplo de ello es Maurice Ashley, profesor de ajedrez que consiguió que un equipo de jugadores adolescentes de familias con pocos recursos económicos y primerizos en el juego consiguiera ganar el torneo nacional de Estados Unidos. Una de sus estrategias fue formar a sus alumnos desde los últimos movimientos para comer al rey contrario y no desde el principio, el primer movimiento del peón, que hubiera sido menos estimulante. También los invitó a hacer viñetas y a componer canciones de hip hop. La motivación es el fuelle que alimenta nuestro carácter y de adultos podemos reactivarla de diferentes maneras: despertando nuestra creatividad para encontrar placer en lo que hacemos, rodeándonos de gente que nos rete o, incluso, enseñando eso que nos costó aprender.Pilar Jericó es auora del blog Laboratorio de felicidad.

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