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Las últimas pistas están dentro de una hielera. En un trozo de respaldo o en un chaleco desgastado. Sus familias han buscado respuestas en videos virales de TikTok y en fotos de hospitalizados a cientos de kilómetros de la costa de Guerrero. Han peinado las orillas durante meses, mientras los buzos solo hallaban una mochila mojada o una tarjeta bancaria. Han encontrado una grabación de despedida para una madre, donde se escucha el miedo: “Solo un milagro nos puede salvar”. Son sus esposos, sus hijos y sus hermanos. Son 24 y se los tragó el mar la noche que Otis arrasó la bahía de Acapulco. Todavía no les ha devuelto el rastro.A un año de la llegada del huracán, EL PAÍS recupera las historias de los desaparecidos en el mar en la voz de sus familias. Son dos mujeres y 22 hombres. Eran marineros, hostess, ingenieros de máquinas y capitanes. La mayoría tenía años de experiencia trabajando en los barcos y había lidiado con decenas de tormentas. Pero entre las víctimas también hay dos niños, de cuatro y nueve años. Provenían de familias humildes, eran la clase trabajadora que pone en movimiento la rueda del turismo en Acapulco.Manejaban los yates privados que los dueños querían que alguien cuidara durante el huracán. A algunos los obligaron a ir, a otros no hizo falta: “Ese era su trabajo”, dicen sus familias. En México se conserva la práctica de velar los barcos, que consiste en poner a los empleados dentro de las embarcaciones para que las protejan durante el aire, la lluvia y las olas. Así fue en la madrugada del 25 de octubre de 2023, aunque lo que llegara fuera un huracán de categoría cinco, la máxima en la escala Saffir-Simpson, con vientos de 270 kilómetros por hora.Algunos recibieron la alerta en la que la capitanía de puerto anunciaba el cierre de la bahía, mientras las embarcaciones, llenas —cuanto más grandes, más marineros—, seguían moviéndose. Algunas para refugiarse cerca de la base naval de la Marina y otras para seguir recaudando. “Todavía ese día se hicieron paseos por la bahía”, cuenta Erick Leiro, marinero e hijo del capitán Leonardo Leiro, ahora desaparecido. Ninguna autoridad impidió que cientos de vidas quedaran a merced de un huracán por cuidar propiedades. Las cifras oficiales del paso de Otis registran 52 muertos y 31 desaparecidos, la mayoría de ellos en la costa.El último cuerpo se encontró a principios de diciembre. Desde entonces, la Marina ha hecho cientos de búsquedas e inmersiones, y ha recuperado algunos restos óseos, que pertenecen a otros desaparecidos. “Pero nada de nuestros familiares”, se lamenta Patricia Nogueda, esposa del capitán Andrés Cortez. Ahora se reúnen cada semana en la base naval, donde la Secretaría de Marina les recibe y actualiza. La mayoría de los días no hay novedades. Pero siguen regresando: de ahí han salido la hielera, el chaleco y el trozo de respaldo.Mientras, siguen atorados entre los trámites burocráticos, no reciben ayuda psicológica ni cuentan con calidad de víctimas. Algunos integrantes han sido contratados en la Marina, como prometió el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador; otros no cumplen con los requisitos y batallan para conseguir una pensión de viudedad. Pero sobre todo, Cristina Sánchez, esposa del ingeniero de máquinas Fernando Parra, resume la principal petición de las familias: que esto no vuelva a ocurrir. “Los dueños de los barcos ya han cobrado el dinero de los seguros, porque prácticamente todas las embarcaciones estaban aseguradas, pero ¿quién nos devuelve a nosotras a nuestros esposos? Queremos protocolos que aseguren que esto no vuelva a pasar”, dice la mujer, que mantiene ahora sola a sus dos hijos.Otis dejó algunas lecciones aprendidas. Este septiembre, cuando John irrumpió de vuelta en Guerrero, los marineros se plantaron ante sus patrones: se negaban a exponer sus vidas por un huracán. Pero eso es solo en Acapulco, donde la tragedia está muy reciente. Hace unos días, los marineros de Yucatán sí tuvieron que quedarse en los barcos a enfrentarse a Milton. El camino todavía es largo. Mientras, hay decenas de familias congelados en el recuerdo que no cesa, no cede: la última llamada, el abrazo y la mirada. “Los seguimos esperando”.Leonardo Leiro, capitán, 61 añosErick Leiro enseña una foto de su padre, Leonardo Leiro, de 61 años capitán del yate Tourbillon.Mónica González IslasEn el varadero solo había hueco para una embarcación pequeña. Ante la llegada de Otis, Erick Leiro decidió guardar en tierra para la que él trabajaba. No tuvo esa oportunidad su padre, Leonardo, capitán, 61 años, toda la vida trabajando en el mar. El Tourbillón no cabía en el espacio allá fuera. Decidió resguardar el yate cerca de la base naval de Acapulco. Alrededor de las dos de la tarde, Erick le ayudó a desamarrarlo y trasladarlo: “Supuestamente ese lugar es de refugio para la temporada de huracanes, pero claro, nunca había pasado un huracán así”.Con Leonardo se quedaron dos marineros: Álex David Pérez, de 26 años, y Marco Antonio Franco Cipriano, de 33. Entre los tres debían proteger al yate de lujo, de 68 pies y capacidad para 18 personas. Nunca pensó en no acudir a su trabajo. “Es muy difícil pensar eso aquí, desafortunadamente. En este ambiente se piensa: ‘Proteger la embarcación es mi trabajo, de ahí vive mi familia’. Él era muy responsable. Pero creo que nunca llegó a pensar que esto iba a pasar así de fuerte”, dice ahora su hijo. Estuvieron en comunicación toda la tarde, les pidió que se protegieran. A las 11 de la noche volvió a marcar, fue la última: “Me dijo que ya estaba de la chingada”.Los buzos solo han recuperado un trozo de respaldo del Tourbillón. También una hielera, que apareció en la isla de La Roqueta, al otro extremo de la bahía. En el interior, las libretas de mar de Leonardo, David y Marco Antonio. Tarjetas bancarias y el celular de uno de los marineros. Ahí dentro, una respuesta. “El celular traía una grabación. El marinero se estaba despidiendo de su mamá, porque el barco ya había impactado con otro, le dijo que se estaban hundiendo, que solo un milagro de dios los podía salvar”. Un año después no hay rastro de ninguno de los tres.Sergio Martínez Durán, pescador, 22 añosSergio MartÍnez Ramírez enseña una foto de su hijo Sergio Martínez Durán, pescador de la embarcación Perla 2.Mónica González IslasApenas llevaba un mes pescando. Sergio Martínez Durán tenía 22 años y acababa de regresar de Saltillo, Coahuila, donde había ido a probar suerte en un trabajo. No le convenció y se regresó a Acapulco. El patrón de la embarcación lo obligó esa noche a cuidarla, cuenta su padre Sergio Martínez. También a otros tres marineros. Entre los cuatro se repartieron entre el Perla I y el Perla II. Al ser lanchas pequeñas se ataron al Barracruda 4 para tener más posibildades.Otis destrozó a las cientos de embarcaciones que estaban esa noche en la bahía de Acapulco. Ni los cabos, ni los amarres, pudieron aguantar el embate del huracán. Tampoco lo consiguió el Barracruda, que terminó hundiéndose, llevándose con él a las lanchas y a los pescadores. De los cuatro, solo uno sobrevivió. El cuerpo del tercero apareció flotando a los días. Además de Sergio, no se ha hallado a Eduardo Martínez Leyva. Desde su entonces, su padre recorre cada semana la hora de camino hasta la base naval a esperar alguna noticia de su hijo. Enseña orgulloso la foto, pero mira fijo y confiesa: “Es agotador”.Fernando Parra, ingeniero de máquinas, 39 añosCristina Sánchez Camacho muestra una foto de su esposo Fernando Parra, ingeniero de máquinas del yate Litos.Mónica González IslasCristina Sánchez muestra el trayecto que hizo el Litos esa noche. El yate, uno de los más modernos de la bahía, tenía un sistema llamado EPIRB que, como la caja negra de los aviones, registraba sus movimientos. El barco, normalmente anclado en Puerto Marqués, empezó la jornada en una zona llamada Punta Bruja, cerca de la base naval, porque pensaba que ahí estaban más protegidos. Pero ya había tantas embarcaciones que les tocó casi ya fuera. Ahí esperaron al huracán.La tripulación estaba al completo: el capitán, Ulises Díaz, de 43 años; Fernando Parra, el ingeniero de máquinas, de 39 y esposo de Cristina; el marinero Alejandro Sandoval, de 31 años, y hasta la hostess, Abigail Andrade, de 29. El patrón los obligó a ir a todos a cuidar el yate. Excepto Sandoval, todos tenían muchos años trabajando en el mar y en el Litos. Las familias todavía no entienden por qué los llevaron a todos.“Él me dijo que iba a llegar mucha agua, porque seguramente era un huracán, pero que estuviera tranquila, que todo iba a salir bien. Que cualquier cosa él iba a estar pendiente”, cuenta Sánchez. Pasadas las 11 de la noche le mandó un video de cómo se veía el mar y también un último mensaje: “Esto se está poniendo más intenso. Hay varias embarcaciones que ya no se han podido anclar. Nosotros tenemos motores encendidos… Está muy, muy fuerte. Estamos nerviosos, pero seguros”. No han encontrado rastro de ninguno de los cuatro tripulantes, el Litos es la embarcación con más desaparecidos. Del barco solo encontraron los motores. También una mochila de Fernando, que quedó enredada en una hélice.Su esposa todavía pregunta: “Yo no sé mucho de las cuestiones del mar, pero, ¿por qué no los sacaron? ¿Por qué la Marina no los evacuó? Yo solo quiero que esta tragedia no le pase a otra familia. No vale la pena perder la vida por un barco”.Andrés Cortez, capitán, 42 añosPatricia Nogueda muestra una foto de su esposo Andrés Cortez, capitán del yate Bacchus.Mónica González IslasLe dio tiempo a marcar a su hija y a decir su nombre. Sofía, de 19 años, escuchó la voz de su padre antes de que la comunicación se cortara. Eran las 12 de la noche. Otis estaba abriendo las fauces en Acapulco y los marineros fueron las primeras presas. Andrés Cortez, de 42 años, era capitán del Bacchus y llevaba dos décadas trabajando en el mar. Ese día había estado arreglando las láminas de su casa en Pie de la Cuesta para que su familia estuviera segura. Recibió una llamada a las tres de la tarde de su marinero, Gustavo Hurtado, de 36 años, para organizarse y comprar provisiones para pasar la noche, como acostumbraban cada vez que los tocaba velar la embarcación. Los dos siguen desaparecidos.Hasta el momento, las familias han recibido un chaleco y un juego de dominó con el nombre del Bacchus. “Eso es todo. No se ha encontrado ningún pedazo del barco, nada, como era de fibra de vidrio, me dice la Marina que pudo haberse despedazado… y de su cuerpo no tenemos nada”, se rompe su esposa Patricia Nogueda. “Lo sigo esperando. A pesar de que ya pasó un año. Muchos me dicen que ya deje de buscarlo, que ya lo suelte, que ya no va a regresar, puede ser. Pero a un año no pierdo la esperanza todavía”.Federico Gómez, marinero, 62 añosMarlenne Tenorio enseña una foto de su esposo José Federico Gómez, marinero del yate Acarey.Mónica González IslasLo último fue una mirada triste. Salía Federico Gómez a las nueve de la noche del 24 de octubre de 2023 para irse a trabajar al Acarey, uno de los bares de fiesta más famosos de la bahía de Acapulco. Esa noche había seis miembros de la tripulación abordo del yate de tres pisos. Tenían que ser suficientes para cuidarlo. No sobrevivieron a Otis. Se han recuperado los cuerpos de cinco de ellos, pero falta el de Lico. “Gracias a Dios lo vi por última vez. Me despedí de él. ‘Que te vaya bien, con cuidado’, le dije. Él namás se me quedó viendo, con unos ojos tristes. Y yo le sonreí. Le sonreí y él ya se fue para trabajar”, cuenta su esposa Marlenne Tenorio.Federico llevaba 16 años empleado en el Acarey. Había sido en la bahía donde había conocido a Marlenne, que vendía artesanías por el malecón. Después de la pandemia sobrevivían en una casita de lámina en el cerro con su sueldo de marinero. No pensó en la opción de no ir a trabajar. “Él salió temprano, para llegar puntual, porque él era muy puntual”, encoge la voz. “La Marina nos dijo que algo feo se aproximaba, pero nunca nos dijeron qué era”.Otis despedazó al Acarey. Un video tomado por uno de los marineros muestra los minutos antes de la llegada del huracán. Esas imágenes son las últimas pistas que atesora su esposa. Una grabación donde se oye su risa, una recopilación en Tiktok donde aparece una mochila que es la suya. Lo buscó los días, las semanas y los meses siguientes. Fue hasta los hospitales de Ciudad de México donde le habían dicho que había un hombre parecido a él. Sigue esperando un rastro, un asidero. “Yo como su esposa nunca he sabido nada. Se siente cada día más feo. No hay solución para nosotros”.Alejandro Sandoval, marinero, 31 añosAlejandro Sandoval Díaz muestra la foto de su hijo Alejandro, marinero del yate Litos.Mónica González IslasEste jueves la familia de Alejandro Sandoval lo va a celebrar con un pozole. Han hecho playeras con su foto. “Escogí la más bonita”, dice orgulloso su padre, Alejandro Sandoval, “mi hijo estaba chulo. Mira, tengo un álbum de puras fotos”. Ha pasado un año sin él y su padre sigue llorando cada vez que se asoma al 24 de octubre. Su hijo se fue a las tres de la tarde al gimnasio y de ahí le marcaron para regresarse a cuidar el barco, el Litos. La última comunicación fue a las 11.30 de la noche a su hermano, todo estaba saliendo mal.Este fan del Cruz Azul y de la música electrónica apenas llevaba un año trabajando como marinero. Antes había probado como mecánico y también en empresas de pintura, pero lo había dejado. En el mar estaba contento, cuenta su padre, que le enseñó a nadar en un pequeño pozo de agua que había cerca de la Avenida Costera, hace 16 años. Había viajado con la embarcación a Puerto Vallarta y estaba disfrutando del trabajo. Su búsqueda ahora ha dejado congelado a su padre, que ha llenado la casa con su foto y sus cárteles de búsqueda. “Todo está parado, no hay nada”.Demetrio Felipe, capitán, 48 añosIracema Morales enseña una foto de su esposo, Demetrio Felipe Morales de 48 años, capitán del yate Sereno.Mónica González IslasSe calló Otis e Iracema Morales se lanzó a buscar a su marido. Acompañada de sus tres hijas, el camino hasta la marina les duró horas en un Acapulco arrasado. Por la ruta se encontraron a algunos capitanes de barco. Ninguno era su esposo, Demetrio Felipe, encargado del Sereno durante los últimos 15 años. Se había marchado de casa a las tres de la tarde, cuando el patrón le marcó para que moviera la embarcación a la base naval y ya se quedara a cuidarla. Habló con él a las 21.30: “Me dijo que otras embarcaciones ya se habían soltado y que le estaban pegando. Él esperaba el huracán a las tres o cuatro de la mañana, no a las nueve… Esa fue nuestra última conversación”.Era normal que Felipe, de 48 años, aguantara las tormentas en la embarcación, “era su trabajo”, aunque su esposa recuerda que antes tuvo otro patrón que lo mandaba fuera de Acapulco en esas temporadas, para evitar el riesgo. Entonces viajaba a Mazatlán o a Puerto Vallarta. Pero con Otis, se quedó con sus dos marineros para cuidar el yate de 70 pies. Solo sobrevivió uno de ellos. Además de Demetrio falta Rubén Torres Campos, de 32 años. “El barco lo encontraron hecho añicos, solo hallaron los motores, ni una pertenencia, ninguna. A un año y no hay respuestas”.La tragedia del Rosemary ChristySebastián Herrera, María Hilaria Delgado y Luis Alberto López, desaparecidos en Acapulco tras el paso del huracán ‘Otis’.CortesíaReina Sarabia perdió en la madrugada del 25 de octubre a su madre, a su hermano y a su sobrino. María Hilaria Delgado, Sebastián Herrera (de nueve años) y Luis Alberto López (de cuatro) estaban dentro del barco Rosemary Christy cuando llegó Otis. Su última comunicación fue a las 11.30 de la noche. “Me dijo que estaban acostados, se encontraban en el camarote cuando empezó el mal tiempo”, señala Reina tras unos lentes oscuros. “El último mensaje se lo mandé a las 12.05, ya no lo leyó”.El huracán cortó los cabos que anclaban en Caleta al Rosemary Christy, capitaneado por Vicente Herrera (esposo, padre y abuelo de los desaparecidos). Ante el peligro, el marinero trató de llevar la embarcación hasta la base naval, creyéndolo un lugar más seguro, pero los vientos ya habían embravecido al mar.Durante la travesía por la bahía, la embarcación aguantó dos inmensas olas. La tercera, de más de seis metros, lo llevó a pique. Herrera es el único que salió a flote. Sobrevivió agarrado a una tabla con otro marinero. La Marina los rescató a las siete de la mañana en la isla de la Roqueta. Nada más se ha vuelto a saber de María Hilaria y los niños. “La Marina ha hecho estrategias para encontrarlos, sin embargo, no hemos tenido la fortuna, ni siquiera de encontrar el yate. Creemos que están dentro del mismo, pero si no lo encontramos, no vamos a dar con ellos”, resume la tristeza Reina Sarabia.Marco Antonio Chávez, ingeniero de máquinas, 54 añosMarco Antonio Chávez, ingeniero de máquinas del yate Marazul, desaparecido tras el huracán ‘Otis’. Marco Antonio Chávez faltó a su última promesa. El ingeniero de máquinas, de 54 años, se despidió en la mañana de su esposa: “Llegó el jueves temprano”. “Él cuando me decía llegó tal día a tal hora siempre llegaba. Pero no llegó”, dice Erika Dinora. Otis hundió la embarcación Marazul a las 12 de la noche, nada más llegar el huracán. Con él se llevó a Marco Antonio y al marinero José de Silverio García. Sobrevivió el capitán. “No sabe dónde fue porque no había visibilidad con el viento y no había ninguna fuente de luz. La embarcación era muy grande, 98 pies, de aluminio y se hundió entera”, relata Dinora, que trabajó en ese mismo barco casi 10 años de hostess.“No hubo contacto por parte de sus patrones, nadie se acercó a mí para decirme que se había hundido”, dice seria. Desde entonces repasa las horas, los videos, y sobrevive a los nuevos huracanes. John volvió a inundar su casa en la zona Diamante, donde vive con su hija de nueve años. Ha pensado en regresarse a Puerto Vallarta, donde nació, pero no lo hace, en cambio, sigue puntual cada martes en la cita con la base naval.De izquierda a derecha, Sergio Martinez, Marlenne Tenorio, Erika Dinora, Cristina Sánchez Camacho, Patricia Nogueda, Iracema Morales, Alejandro Sandoval, Erick Leiro y Gabriel Alexander Muñoz Tenorio, el 16 de octubre en Acapulco.Mónica González Islas

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